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Garzón (i) presentando su libro ‘El Fango’ (Actuálisis). Rato (d) tras el registro de su domicilio (AFP)

Decía el exmagistrado de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, durante la presentación de su libro ‘El Fango’ el pasado 14 de abril en Madrid, que los ya casi cinco años que lleva apartado de la carrera judicial le han permitido aportar una perspectiva más a su obra, definida por otros como una «enciclopedia de la corrupción».

Ese otro ángulo de visión al que se refería Garzón es, por hacer un símil futbolístico, el mismo que ofrece la grada al jugador sancionado. Seguro una perspectiva muy distinta a la que se tiene en el terreno de juego, pero complementaria a la acumulada a pie de campo. Si para aquel el hilo conductor es el fútbol, para Garzón el «nervio» de su libro ha sido la impunidad. Sí, esa ausencia de miedo a ser corrupto que cual gen identitario ha definido el ADN de la sociedad española los últimos 40 años (limitándonos a los casos recogidos en ‘El Fango’). Aunque admite el jurista que sin duda algo está cambiando y los excesos y descaros desmedidos han dado paso a la «indignación activa» de la ciudadanía.

Sí, no cabe duda que conocer los vergonzantes extractos de movimientos de las ‘tarjetas black’, los dislates de las preferentes y asistir al suma y sigue de los desahucios motivados por entidades bancarias rescatadas como Bankia ha provocado que, irremediablemente, muchos ciudadanos quisieran ser la mano del funcionario de aduanas que empujaba la nuca de Rodrigo Rato la tarde del pasado 16 de abril. Que tire la primera piedra quien no haya recurrido al cruel refranero castellano para, de alguna manera, expresar esa satisfacción que uno experimenta cuando cree haber alcanzado algo parecido a la justicia…

Sin embargo, parece que es conveniente también en este caso añadir otra perspectiva para enriquecer el relato. Y es que la mediática retención del un día ilustre economista Rodrigo Rato (exministro, exvicepresidente, exdirector del FMI, exicono del PP…¡cuántos ex!) tiene, por el momento, más tintes de guión de Quentin Tarantino, que de golpe real contra la impunidad. Al menos en ello coinciden muchos expertos en leyes que consideran la puesta en escena innecesaria, dado que el imputado, en este caso, ha facilitado en todo momento los registros requeridos en su domicilio y despachos.

Pero es mucho el fango esparcido a las puertas electorales como para no tratar de que alguien se manche las botas e intente limpiarlo antes de que salpique a las urnas. Así, la ejecutiva del Gobierno no ha dudado en aplicar a su ‘ex’ casi todo RR un ‘Bárcenas’. Rato ha pasado inmediatamente a la lista de ‘no admitidos’ por la Real Academia del Lenguaje de Campaña y nombre y apellido del brillante gestor económico han sido evitados cuidadosamente en las valoraciones posteriores a los hechos. La caída de un ídolo de masas se ha transformado en aval de la independencia judicial. Un golpe de efecto hábil si no fuera porque ya es todo un ‘must’ del proceder de esta agrupación política cada vez que alguno de sus ‘ex’ es imputado y/o condenado.

De vuelta a Garzón, una de las reflexiones que hace el exjuez -apartado de sus funciones desde el 14 de mayo de 2010 por extralimitarse en sus investigaciones, ‘prevaricar’ e iniciar una instrucción de nombre ‘Gürtel’ – es que se podrá hablar de cambio cuando los hechos así lo permitan, cuando haya sentencias que garanticen que delinquir en términos corruptos no es gratuito. Si nos detenemos en el marco mediático, en la indignación, estaremos como al principio: con diagnóstico pero sin remedio.

Ahora también cabe esperar si, como el personaje Django de Tarantino, Rodrigo Rato, por el momento desencadenado, decide llevarse a alguien más por delante y no asumir en soledad la limpieza de tanto fango.