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Campamento de refugiados en la carretera que une Baalbek y Zahleh (Valle de Bekaa, Líbano).

Refugiad@: persona que, a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país. (RAE)

Es difícil concretar cuándo, pero en algún momento de los últimos tiempos olvidamos la definición de la palabra refugiado. Sí, se produjo una especie de ataque etimológico que del diccionario pasó a nuestro cerebro y provocó que acabásemos aceptando barco como animal acuático sin discusión alguna.

El término pasó en ocasiones a confundirse con inmigrante, ilegal, sin papeles, radical, terrorista… Así, de un plumazo. Y nosotros tan tranquilos, en nuestra zona de confort de obligada felicidad, de la que la ‘biblia’ capitalista desaconseja salir para conservar intactos nuestros privilegios.

–          Oye, qué bonito era el zoco de Damasco, y fíjate tú ahora, con eso de la guerra…

–          Sí, una lástima

Allá por 2014 leíamos titulares que anunciaban la detención de «inmigrantes de origen sirio» con documentación falsa que intentaban cruzar el Estrecho y nos quedábamos igual, impasibles ante la omisión de la palabra refugiado. La amenaza que representaba todo aquel que trataba de cruzar nuestra frontera era más importante que sus circunstancias desesperadas, de huída de la guerra y búsqueda de asilo en tierra de paz. Por eso, en el mundo de las etiquetas, lo más fácil era atribuirles la de ‘ilegales’.

La palabra olvidada fue, de alguna manera, rescatada progresivamente por los medios de comunicación. Cuando el drama de los más de cinco millones de desplazados por un conflicto como el de Siria -cobrándose vidas desde 2011- comenzó a asomar a nuestra Europa, nos vimos obligados a hablar de refugiados (aunque olvidándonos de iraquíes, afganos, eritreos, nigerianos… y por supuesto palestinos). Por fin las crónicas y las fotografías de los que llevaban años retratando el origen del drama sirio por su cuenta y riesgo tuvieron cabida de forma masiva en esos medios de comunicación a los que, por otro lado, les sale tan barata la figura del informador ‘freelance’.

La eclosión informativa produjo algún efecto positivo y abrió las puertas a una concienciación social más amplia, la que llevaban reclamando a voz en grito organizaciones humanitarias que acostumbran a trabajar en silencio y sin descanso. Así, nos horrorizamos con imágenes como la de Aylan y tantos otros niños que morían a diario en nuestro Mediterráneo; nos escandalizamos con las historias de Idomeni y nos indignamos con las instantáneas de miles de personas hacinadas en trenes o aquellas de policías macedonios lanzando gases lacrimógenos. Volvimos a dedicarle un pensamiento al significado de la palabra refugiado y a aspectos como el derecho al asilo, sí, pero hubo quienes aprovecharon el regreso del término para pervertirlo de nuevo, hacerse muchas fotos con niños en brazos y darle así una nota de color a su álbum de campaña electoral.

Y, a la vez que empezábamos a avergonzarnos de nuestra propia Europa, por su parálisis institucional, sus ridículas cuotas de acogida y sus acuerdos con Turquía, el interés mediático por la situación de los refugiados alimentó también el temor de los más reacios a la diversidad, el discurso del individualismo más cruel. ¿Quién no ha palidecido al escuchar en la calle o leer en alguna red social frases del tipo: “es que, a ver, si no hay para los de aquí menos para los de fuera”, “con la crisis que tenemos solo falta que vengan a quitarnos el trabajo”, “lo que no puede ser es que les den más ayudas que a nosotros”… y cosas similares?

Así que de nuevo, la confusión fue tal, que volvimos a tener que refugiarnos en el lenguaje para recordar que “la persona que se ve obligada a buscar refugio fuera de su país” en ningún caso lo hace por capricho, sino por necesidad. Que esas niñas de esta fotografía no juegan delante de una tienda de plástico en el Valle de Bekaa (Líbano) porque les guste pasar frío en invierno y calor en verano, sino porque han tenido que salir corriendo y dejar atrás su tierra, su casa y su colegio, entre otras tantísimas cosas. Si cada vez que recurramos al giro lingüístico “hay ropa tendida”, que nos advierte de la presencia de menores, somos capaces de ver la ropa que también hay en esta foto, estaremos siendo algo más justos con la esencia de nuestro propio lenguaje. Buen y reivindicativo Día Mundial del Refugiado.